18 de noviembre del 2018
En el año 2017, por el Corpus Christi, estuve en el encuentro de Santo Domingo que viene de Caspayo con los santos Santa Rosita,San Isidro, San Andrés y San Pedro; así como también en la procesión del día domingo cuando la plaza de armas se viste de altares y a veces le dan color y alegría a la fiesta.
Al domingo siguiente, después de más de cincuenta años, regreso a la fiesta de San Andrés con mis hermanas Carmen, Rosa y Sara. Abordamos a las 10 a.m. una combi que nos llevó a Chuñuno. Asistimos a misa, a la procesión y después nos servimos unos chicharrones que estuvieron deliciosos. A eso de las 5 p.m., iniciamos el regreso. Mis hermanas tomaron el micro, pero el que habla sentía que quería regresar caminando para evocar, recordar, aquellos años idos y así fue. Inicié la caminata observando el río que recorre por el centro de la campiña rodeada de árboles de paltas, peras, guayabos, viejas higueras, y viñedos. Al acercarme al gentilar, conforme avanzaba, el sol declinaba, se ocultaba y la sombra crecía. Y yo alargaba, apresuraba el paso a trote, pues tenía que cruzar el boquerón Anchaqui con luz. Al llegar al río Anchaqui ya la sombra cubría este y el boquerón del diablo estaba presente en mi mente; un frío caló mis huesos y empecé a correr para que la oscuridad o la sombra no envuelva mis pasos. Corrí y corrí hasta la subida del alto molino donde vi el pueblo de Caravelí rodeado de su hermosa campiña y todavía con algunos rayos de luz. Seguí avanzando por la hermosa alameda construida y tomé el atajo del callejón pasando por la casa del amigo Leoncio García; al llegar a la casa del tío Trino García, un perro bravo me detuvo; la dueña era Rocío García, hija de Eberto García Beltrán. Me salve porque llevaba un palo que me sirvió de defensa. Llegué a mi casa extenuado, pero muy feliz porque después de muchos años volvía de una caminata que había hecho muchas veces cuando fui niño y después como adolescente. ¡Pero esta fue la mejor!


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