El boquerón de Anchaqui

 18 de noviembre del 2018


La hermosa foto tomada en el boquerón de Anchaqui me lleva a rememorar recuerdos lejanos que se desarrollaron entre los años 1950 y 1960. 
Cuántas veces no habré cruzado por el río Anchaqui y al pasar frente al socavón sentir un escalofrío que recorría todo mi cuerpo. Esto me pasaba cuando iba, con mi padre don David Rodríguez, al gentilar de la señora Angelita López para cortar la leña y traerla para la cocina de mi madre Rosa Tapia. Otras veces, cuando iba a la fiesta de San Andrés en Chuñuno y ver la corrida de toros; algunas llevando, en acémila, el costal de trigo para la molienda en el molino de la Sra. Carolina y tener harina para hacer los dulces de carnavales; y muchas otras, cuando iba con mi amigo al pozo de Anchaqui para bañarnos.
 

En el año 2017, por el Corpus Christi, estuve en el encuentro de Santo Domingo que viene de Caspayo con los santos Santa Rosita,San Isidro, San Andrés y San Pedro; así como también en la procesión del día domingo cuando la plaza de armas se viste de altares y a veces le dan color y alegría a la fiesta. 

Al domingo siguiente, después de más de cincuenta años, regreso a la fiesta de San Andrés con mis hermanas Carmen, Rosa y Sara. Abordamos a las 10 a.m. una combi que nos llevó a Chuñuno. Asistimos a misa, a la procesión después nos servimos unos chicharrones que estuvieron deliciosos. A eso de las 5 p.m., iniciamos el regreso. Mis hermanas tomaron  el micro, pero el que habla sentía que quería regresar caminando para evocar, recordar, aquellos años idos y así fue. Inicié la caminata observando el río que recorre por el centro de la campiña rodeada de árboles de paltas, peras, guayabos, viejas higueras, y viñedos. Al acercarme al gentilar, conforme avanzaba, el sol declinaba, se ocultaba y la sombra crecía. Y yo alargaba, apresuraba el paso a trote, pues tenía que cruzar el boquerón Anchaqui con luz. Al llegar al río Anchaqui ya la sombra cubría este y el boquerón del diablo estaba presente en mi mente; un frío caló mis huesos y empecé a correr para que la oscuridad o la sombra no envuelva mis pasos. Corrí y corrí hasta la subida del alto molino donde vi el pueblo de Caravelí rodeado de su hermosa campiña y todavía con algunos rayos de luz. Seguí avanzando por la hermosa alameda construida y tomé el atajo del callejón pasando por la casa del amigo Leoncio García; al llegar a la casa del tío Trino García, un perro bravo me detuvo; la dueña era Rocío García, hija de Eberto García Beltrán. Me salve porque llevaba un palo que me sirvió de defensa. Llegué a mi casa extenuado, pero muy feliz porque después de muchos años volvía de una caminata que había hecho muchas veces cuando fui niño y después como adolescente. ¡Pero esta fue la mejor!

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